Agradeciéndole mucho a mi padre que me trajera a este maravilloso mundo, decidí celebrar ser hijo de quién soy con una escapada a Sierra Nevada en compañía de un puñado de amigos y de otros que me encontré en las pistas.
El fin de semana, espectacular, la cámara en el apartamento. Así que a la espera de que Toñín me mande sus afotos voy a colgar las del domingo que por motivos ajenos a mi voluntad tuvimos que hacer turismo por la zona, lo cual tampoco está nada mal.
Pues con los esquís de montaña calentitos aún, nos fuimos Miriam, Javi, Nena y yo a pegarnos unas bajaditas en la estación más cargada de España, y parte, mucha parte, del extranjero. Llegamos de noche, había luna llena y yo quería a toda costa salir con los esquís para llegar al Veleta y bajármelo de noche. No pudo ser.
Al día siguiente no nos veíamos hartos con nada, había gente pero al tener la experiencia reciente con Rastry en enero sabíamos qué remontes iban a estar menos petados. Palmamos, como no, pero menos. Así que nos juntamos un buen grupete: Montse, Sergio, Julio, Eli, Miriam, Nena, Javi, y yo. Estuvimos esquiandonoslo todo, hasta que recibo una llamada de un número familiar que no consigo coger a tiempo, llamo y era Toñín que estaba en Sierra Nevada era su último día. Qué alegría al menos habían pasado tres años sin vernos. Así que nos juntamos 10.
Menudo día más bueno, por la tarde había menos gente y disfrutamos más aún hasta la extenuanción, y digo bien porque Nena iba tan cansada que se cruzó en la línea de Javi (1,96 m.) y al caer se rompió el 4º metacarpio de la mano izquierda en la última y fenomenal pista del Águila.
Con todo nos fuimos por la noche a cenar al Atalayi, restaurante de un buen amigo en Nigüelas.

El domingo malvendimos los forfaits y nos fuimos a ver Güejar-Sierra y cayeron un par de cañitas a la sombra porque no veas como pegaba el Lorenzo ya el primer día de primavera.